Entonces le escupí la cara. Después de venir aquel hombre, muchos espectadores vinieron a visitarme, a visitar a aquella alma en pena que vivía en el cementerio. Como era costumbre en mi pueblo, los rumores corrían rápidamente, y lo mío ya era toda una leyenda. Al pasar el tiempo, una o dos mujeres religiosas venían a traerme comida y a ofrecerme hospedaje en la iglesia, aveces groseramente las despachaba, otras simplemente las ignoraba.
Pasaron los días, meses, años. Pude sobrevivir, pero lo que nunca logre fue convertirme físicamente en aquel vegetal que tanto deseaba, ya que, en mi mente, era toda una hermosa y verde planta. Los niños me temían y los jóvenes se burlaban. Algunos adultos solo me tenían pena, y para otros, les era indiferente.
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